I/ BIOGRAFÍA
Filósofo inglés del S. XVIII perteneciente al empirismo y a la ilustración. Fue un gran defensor del ideal ilustrado de la tolerancia. Es un autor que ha provocado innumerables polémicas por su crítica a la causalidad, la identidad personal... Para unos, Hume apuesta por el irracionalismo; para otros, es el descubridor del papel que juegan la creencia, el hábito y la imaginación en la elaboración del conocimiento.
La obra de Hume influyó de manera decisiva en Kant, quien reconoce haber sido despertado por Hume de su sueño dogmático. Lo que Kant quiere decir es que Hume le hizo sospechar de la metafísica como una forma de conocimiento.
II/ TEORIA DEL CONOCIMIENTO
2.1. Los elementos del conocimiento
Hume defiende la tesis empirista de que todos nuestros conocimientos proceden de la experiencia, tal y como Locke ya había anunciado.
Percepción, para Hume, es todo contenido de la mente en general, todo aquello que se le presenta a la conciencia y que procede de la experiencia tanto interna como externa.
Las percepciones se dividen a su vez en impresiones e ideas. Las impresiones son los datos inmediatos de la experiencia que abarcan sensaciones, emociones y pasiones. Son las percepciones más vivas y fuertes que llegan a nuestra conciencia. Las ideas, en cambio, son representaciones, imágenes o copias de las impresiones que se producen al pensar o recordar. Podemos formar ideas a partir de otras ideas previas y, claro está, a partir de impresiones. Las ideas son siempre menos fuertes y vivaces.
El criterio que sigue para distinguir entre impresiones e ideas es la "fuerza y vivacidad". La manera de "sentir" las percepciones es distinta: hay mayor fuerza, viveza, presencia, inmediatez en las impresiones que en las ideas. No es lo mismo sentir un dolor de muelas que recordarlo. En definitiva, no es lo mismo "sentir" que "pensar". Pero la distinción no obedece a la referencia mediata o inmediata entre percepción y cosa exterior, porque al hablar de percepción nos estamos refiriendo al contenido de la mente en general.
Tanto las impresiones como las ideas pueden ser simples o complejas. Serán simples aquellas percepciones que no admiten divisiones ulteriores, por ejemplo, una impresión de color rojo y una idea simple de color rojo. Complejas serán aquellas percepciones que se puedan dividir o descomponer en otras. Por ejemplo, al ver una calle tengo impresiones muy variadas y la idea que me forme también será variada.
En cuanto al origen de las ideas Hume es tajante: toda idea procede de impresiones previas. Hay que tener una impresión primero para que luego se pueda formar una idea. Por ejemplo, si quiero que un niño se forme la idea de “dulce” tengo que proporcionarle la impresión adecuada. Toda idea exige una impresión anterior con la que tiene que guardar una relación de correspondencia, dado que la idea es una representación o copia. Es cierto que podemos formar unas ideas a partir de otras, pero esto no es una excepción a la regla. Las ideas complejas pueden no tener una impresión correspondiente exacta, pero si esa idea se descompone en las simples que la constituyen, de estas ideas simples sí que se podrán encontrar impresiones. Por tanto, a cada idea simple le corresponde una impresión simple.
Esta correspondencia se va a convertir en la garantía de legitimidad de las ideas, está en la base de lo que se suele denominar "criterio empirista del significado" (Principio de correspondencia o criterio de verificación). Según este criterio, toda idea a la que no se le pueda asignar la impresión o las impresiones respectivas, carece de significado. Si una idea no se puede definir verbalmente o no se puede indicar la impresión de la que deriva, hay que concluir que es una idea falsa, carente de sentido. Este criterio se va a convertir en un arma contra la metafísica y su jerga: “Cuando una idea es ambigua, siempre se puede recurrir a la impresión correspondiente que la puede convertir en clara y distinta. Así cuando nos asalte alguna sospecha de que un término filosófico se emplea sin ningún significado o idea (como sucede con frecuencia), sólo necesitamos preguntar de qué impresión deriva esa supuesta idea. Y si es imposible asignarle ninguna, esto confirmará nuestra sospecha” (Hume).
Hume descarta la existencia de ideas innatas, no hay ideas que se den en el momento mismo de nacer, como también defendía Locke.
2.2. Tipos de conocimiento
Hume establece una distinción entre dos modalidades de conocimiento: relaciones entre ideas y cuestiones de hecho.
Las relaciones entre ideas abarcan a las matemáticas, la lógica y toda proposición que sea demostrativamente cierta. Es la única área en la que se da certeza racional o demostrativa. Una proposición de este tipo no puede ser negada sin incurrir en contradicción. La verdad de estas proposiciones depende de los conceptos o símbolos que la componen y de las relaciones que se establecen entre ellos. La certeza de las relaciones entre ideas es independiente de cualquier hecho que ocurra en la Naturaleza; no depende, por tanto, de la experiencia, sino de una operación del entendimiento.
La verdad de las proposiciones matemáticas es independiente de la experiencia, o sea no depende del hecho de que existan o no objetos que se correspondan a los símbolos matemáticos. Otra cuestión bien distinta es cómo llegamos a conocer esos símbolos matemáticos, el significado de los símbolos. La veracidad no puede ser refutada porque no se trata de ninguna hipótesis sensible, sino de proposiciones formales, y aunque las matemáticas son susceptibles de aplicación, la veracidad de las proposiciones no depende de esa aplicación.
Decir que “4+3=7” no equivale, en sí mismo, a decir nada sobre los hechos o las cosas que existen. La verdad depende sólo del significado de los términos.
Las cuestiones de hecho abarcan a las restantes ciencias -incluyendo las empíricas y morales- y las afirmaciones de carácter cotidiano. En este ámbito no es posible la certeza absoluta, siempre es posible lo contrario de lo que afirma una proposición relativa a hechos. No se puede demostrar de manera tajante que una proposición de hechos sea verdadera. Todo lo más que se puede lograr es probabilidad. Nos puede parecer poco creíble la proposición “el sol no saldrá mañana” pero ni es enteramente imposible ni contradictoria. Si bien lo contrario de una proposición que se refiere a los hechos es perfectamente concebible sin implicar contradicción, esto no significa -el que sea concebible- que pueda aceptarse siempre.
Las proposiciones relativas a cuestiones de hecho están fundadas en relaciones e inferencias causales y en la experiencia. Habrá que analizar el principio de causalidad para saber qué crédito podemos darle a nuestro conocimiento sobre los hechos y el mundo exterior.
III/ CRITICA A LA CAUSALIDAD Y A LA SUSTANCIA
3.1. Planteamiento del problema y crítica a la causalidad
Lo que Hume busca es el fundamento en el que se apoyan nuestros juicios e inferencias causales, dicho de otro modo, analiza el origen y la validez de la relación causal porque de ella depende nuestro conocimiento sobre la realidad exterior.
Ocurre que el testimonio inmediato de los sentidos y la memoria bastan para garantizar la certeza que tenemos sobre hechos pasados y presentes. Pero el problema se plantea cuando hacemos afirmaciones que van más allá de las percepciones presentes o los recuerdos. ¿Qué es lo que valida esa inferencia?, ¿por qué esperamos que se produzcan unos acontecimientos y descartamos otros, si acontece un hecho concreto?, ¿podemos estar seguros de que se volverán a repetir en el futuro los mismos fenómenos siguiendo un mismo orden?.
La razón por sí sola, por razonamientos demostrativos, no nos da la relación causal. Por más que analicemos un hecho desconocido no podemos saber qué causas lo provocaron ni qué efectos producirá. Esa relación deriva, por tanto, de la experiencia.
Ya en el terreno de la experiencia Hume busca la impresión o las impresiones de las que deriva dicha idea. (Una idea es verdadera si hay impresión que la origine y avale; si no hay impresiones, estamos ante una idea falsa y sin sentido).
Esta idea -que no puede derivar de ninguna cualidad que sea común a esa ingente cantidad de cosas que llamamos “causas” porque son muy distintas entre sí- deriva de las siguientes relaciones que se dan entre fenómenos o acontecimientos: a) contigüidad espacial entre lo que llamamos “causa” y “efecto”; b) prioridad temporal de la causa sobre el efecto; y c) conjunción constante entre un fenómeno y otro.
Estas han sido, según Hume, las impresiones puntuales, concretas, reales habidas.
Dado que los distintos fenómenos que originan esas impresiones han aparecido en un orden regular, tanto en el pasad como en el presente, consideramos a uno como “causa” y al otro como “efecto”. “Podemos definir una causa como un objeto, al que sigue otro, siendo así que todos los objetos similares al primero son seguidos por objetos similares al segundo. O en otras palabras, si el primer objeto no hubiera existido, el segundo nunca habría existido” (Hume).
Pero la relación causal implica algo más porque un objeto puede ser contiguo y anterior a otro y, sin embargo, no ser su causa. La causalidad implica una conexión necesaria entre lo que consideramos “causa” y lo que consideramos “efecto”, de modo que si se da la causa esperamos que se dé necesariamente el efecto y no puede ser de otro modo; si el efecto se ha dado es porque la causa ha intervenido previamente, y no puede ocurrir lo contrario. Se supone, pues, que hay una relación de necesidad entre la causa y el efecto, esa necesidad es la que nos permite afirmar que si se da uno de los elementos de la relación, el otro también tendrá que darse o bien ya se ha dado y, a raíz de esto, hacemos previsiones. Por ejemplo, afirmamos con entera seguridad que si llueve la calle se mojará, que si ponemos un recipiente con agua sobre el fuego, aquella hervirá. Como esto ha ocurrido así hasta ahora afirmamos, sin la más mínima duda, que seguirá ocurriendo en el futuro.
Ahora bien, según Hume, esta inferencia no es válida porque no tenemos impresión alguna de esa conexión necesaria entre fenómenos o hechos distintos que, sin embargo, parecen enlazados. No tenemos impresión de esa fuerza o poder que hace que, aparentemente, la causa produzca el efecto. Lo único que observamos, a juicio de Hume, es que un fenómeno sigue a otro, se da uno y luego se da otro, porque se trata de fenómenos o acontecimientos distintos, pero relacionados. Lo único observado, tanto en el pasado como en el presente, es que se ha dado una conjunción constante entre un fenómeno y otro. Ha habido repetición en la secuencia y en el orden de los acontecimientos. Pero lo que ya no se puede verificar de ninguna manera es que, además de esa conjunción, exista una conexión necesaria.
Según Hume, el origen psicológico de la idea de causalidad es el hábito o la costumbre de haber observado en el pasado repetidas veces las uniones entre dos o más fenómenos. Esta repetición habitual nos lleva a creer que hay un vínculo necesario entre la “causa” y el “efecto” y que, además, en el futuro ante las mismas causas se producirán los mismos efectos. Pero se trata de una creencia relativa a la uniformidad de los acontecimientos que no se puede justificar de ningún modo porque del futuro aún no hemos tenido experiencia. La experiencia pasada nos da ciertas garantías sobre el hecho conocido, pero esto se reduce al objeto concreto que se conoció y al período de tiempo concreto en que se lo conoció, pero toda prolongación hacia el futuro es infundada. Por tanto, no podemos afirmar que el futuro vaya a ser exactamente igual al pasado. Se trata de una suposición o creencia. Ni siquiera vale el recurso a la probabilidad porque ésta ya está dando por supuesta la regularidad.
“Cuando veo, por ejemplo, que una bola de billar se mueve en línea recta hacia otra, incluso en el supuesto de que la moción en la segunda bola me fuera accidentalmente sugerida como el resultado de un contacto o de un impulso, ¿no puedo concebir que otros cien acontecimientos podrían haberse seguido igualmente de aquella causa?, ¿No podrían haberse quedado quietas ambas bolas? ¿No podría la primera bola volver en línea recta a su punto de arranque o rebotar sobre la segunda en cualquier línea y dirección? Todas estas suposiciones son congruentes y concebibles. ¿Por qué, entonces, hemos de dar preferencia a una, que no es más congruente y concebible que las demás?”. (Hume, Investigaciones...)
En resumen, la razón mediante sus argumentaciones no nos da la relación causal porque al ser la causa y el efecto fenómenos diferentes, la razón por sí sola no puede descubrir ese enlace. Esto depende de la experiencia; pero tampoco ella puede justificar la causalidad porque ni tenemos impresión de la conexión necesaria, ni tenemos ahora mismo experiencia del futuro. Cabe la posibilidad de que la uniformidad de los acontecimientos constatados hasta hoy no se cumpla mañana.
“Todos los acontecimientos parecen absolutamente sueltos y separados. Un acontecimiento sigue a otro, pero nunca hemos podido observar un vínculo entre ellos. Parecen conjuntados, pero no conectados. Y como no podemos tener idea de algo que no haya aparecido en algún momento a los sentidos externos o al sentimiento interno, la conclusión necesaria parece ser la de que no tenemos ninguna idea su conexión o poder y que estas palabras carecen totalmente de sentido...
Pero cuando determinada clase de acontecimientos ha estado siempre, en todos los casos, unida a otra, no tenemos ya escrúpulos en predecir el uno con la aparición del otro y en utilizar el único razonamiento que puede darnos seguridad sobre una cuestión de hecho o existencia. Entonces llamamos a uno de los objetos causa y al otro efecto. Suponemos que hay una conexión entre ellos, algún poder en la una por el que indefectiblemente produce el otro y actúa con la necesidad más fuerte...
Parece que esta idea de conexión necesaria entre sucesos surge del acaecimiento de varios casos similares de constante conjunción de dichos sucesos. Esta idea no puede ser sugerida por uno solo de estos casos examinados desde todas las posiciones y perspectivas posibles. Pero en una serie de casos no hay nada distinto de cualquiera de los casos individuales que se suponen exactamente iguales, salvo que tras la repetición de casos similares, la mente es conducida por hábito a tener la expectativa, al aparecer un suceso, de su acompañante usual, y a creer que existirá. Por tanto, esa conexión que sentimos en la mente, esta transición de la representación de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o impresión a partir del cual formamos la idea de poder o de conexión necesaria. No hay más en esta cuestión...” (Hume, Investigaciones... )
La creencia la define Hume como una idea que se siente con gran fuerza y vivacidad y que, además, va asociada a una impresión actual, así por ejemplo, de la impresión de humo pasamos a la idea de fuego, aunque en ese momento no estemos viendo el fuego. Dicho de otro modo, la creencia es una idea débil que nosotros vivimos con la misma intensidad de una impresión inmediata.
Lo que propone Hume es que se evite la falsa suposición de que las relaciones causales son una ley de las cosas, de los objetos al margen de que sean observados por nosotros o no, y que reconozcamos que se trata de una determinación o ley de nuestra mente, de nuestro modo de pensar la realidad que se basa más en la costumbre y la creencia que en la propia razón.
3.2. Consecuencias de la crítica a la causalidad
a) Escepticismo moderado: Hay que reconocer que no tenemos una evidencia racional absoluta sobre las relaciones causales. Se trata de una creencia, pero de una creencia necesaria para la vida y la acción. De ahí que no se pueda adoptar un escepticismo radical.
Hume establece unos márgenes dentro de los cuales las relaciones causales son válidas: son válidas si pasamos de unas impresiones a otras, pero no es válida si pasamos de impresiones realmente habidas a algo de lo que jamás hemos tenido impresiones. La manera de distinguir entre creencias razonables e irracionales es acudir a la experiencia ya que las creencias razonables son aquellas que están avaladas por la experiencia pasada.
Al establecer estos márgenes Hume está afirmando que nuestra razón tiene un poder y alcance limitado: no debería traspasar el límite de la experiencia. Afirmar esto supone rechazar la metafísica porque jamás podremos alcanzar verdades absolutas o penetrar en los secretos más profundos de la naturaleza. Por tanto, lo que debe prevalecer es una actitud más tolerante y antidogmática: reconozcamos que no podemos llegar a certezas absolutas y, por tanto, no intentemos imponerles a otros nuestras supuestas verdades.
b) Hume problematiza nuestra certeza en la existencia de un orden regular, fijo, constante en la Naturaleza. No sería contradictorio pensar que en el futuro los acontecimientos sucedan de otro modo, aunque no nos parezca una creencia razonable.
c) El conocimiento empírico o de hechos es una tarea que debe continuar, pero siendo conscientes de que nunca llegaremos a verdades absolutas sino a conocimientos probables, por ejemplo, la Física debe contentarse con leyes probables.
3.3-. Crítica al concepto de sustancia
Esta idea, para Hume carece de significado porque no se puede encontrar esa impresión concreta, aislada, puntual, exacta de la que derive tal idea. Según Hume se trata de una palabra que designa un conjunto de percepciones particulares que nos hemos acostumbrado a asociar mediante la imaginación y la memoria. Pero, en realidad, no hay ninguna entidad que actúe como soporte de nuestras impresiones y que sea lo que las cause.
3.3.1. La idea de Dios
Hume niega que sea una idea innata como afirmaba Descartes. Ante la pregunta por el tipo de impresiones de las que deriva esta idea, responde que no lo sabemos porque de Dios no hemos tenido impresiones, ni de nuestras impresiones podemos inferir la existencia de Dios (Recordemos las márgenes de la relación causal). Se trata, por tanto, de una idea injustificada.
Tampoco se puede utilizar el principio de causalidad para demostrar la existencia de Dios porque ni tenemos impresiones de Dios ni de la conexión que debería darse entre El como causa y el mundo como efecto.
3.3.2. La realidad exterior
Sabemos que toda la filosofía anterior al S. XVII había dado por supuesta la existencia de la realidad exterior, a partir de ese siglo lo que se plantea es cómo podemos llegar a afirmar que dicha realidad exterior existe, y hacerlo a partir de nuestras ideas.
Por otra parte, de manera usual afirmamos una doble existencia: la del objeto como algo externo, más o menos permanente, independiente de nuestra conciencia... y la percepción o representación mental nuestra de dicho objeto. Al objeto exterior se lo considera la causa y a la representación mental el efecto. Pero, ¿podemos alcanzar ese objeto o esa realidad exterior? Lo que viene a afirmar Hume es que todas las percepciones que tenemos nos pertenecen a nosotros y no al objeto. Los sentidos no nos permiten salirnos de nosotros mismos, de modo que podamos percibir a los objetos mientras causan impresiones y, a la vez, a nuestros sentidos mientras son afectados por ellos, en el mismo momento en que ello ocurre
La razón tampoco nos da esa doble existencia.
La responsable de dicha creencia es la imaginación. Ella -afirma Hume- coordina y enlaza ciertas impresiones que hemos tenido en el pasado y que se caracterizan por ser coherentes, regulares, constantes... y para que esa regularidad y constancia sea completa (pues, de hecho, nuestras impresiones son discontinuas y cambiantes), la imaginación presupone que hay "algo" continuo e idéntico, aunque no lo hayamos percibido, y eso precisamente sería el objeto. La imaginación "finge" la existencia continua e independiente del objeto a partir de impresiones percibidas realmente y de impresiones no percibidas.
Hume desemboca otra vez en el escepticismo: no hay impresión alguna del objeto como una realidad o sustancia distinta de nuestras impresiones. Se trata de una creencia natural y necesaria para la vida y la acción. Creemos inevitablemente en la existencia del mundo y de los objetos, aunque no podamos justificarlo racionalmente, porque adoptar en este tema un escepticismo radical y absoluto va en contra de nuestra propia supervivencia.
3.3.3. El “yo” o la identidad personal
No podemos encontrar una impresión del “yo” como algo que permanece invariable e idéntico a lo largo de toda la vida, como algo a lo que remite toda nuestra actividad psíquica y que, sin embargo, es diferente de todas las ideas, sentimientos, sensaciones, recuerdos, fantasías... que podamos tener. El “yo”, según Hume, es un “haz o colección de percepciones que se suceden con rapidez y en un incesante fluir”. “Si hubiera alguna impresión del yo, esa impresión debería permanecer invariablemente idéntica a lo largo de nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable... En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra impresión particular, sea de calor o frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin ninguna percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción... La mente es como una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan de forma sucesiva; pasan y vuelven a pasar, se desvanecen o mezclan en una variedad infinita de posturas, situaciones..” (Tratado).
El “yo” parece diluirse: no podemos encontrarnos a nosotros mismos, sino a una serie de percepciones. La combinación o relación de percepciones es el “yo”, pero todas esas percepciones son discontinuas, aisladas, concretas, no remiten a ningún “yo” permanente y único, sino muchos “yoes” que, verdaderamente, habría que considerar como existencias separadas.
Hume reconoce estar en un callejón sin salida no sólo porque su análisis choca contra la conciencia o vivencia personal de nuestra propia identidad, sino también porque todos los actos y procesos cognoscitivos que ha analizado con tanto esfuerzo y que, obviamente, se producen en la mente o “yo”, ahora ya no son de "nadie", no hay ninguna mente o “yo” que perciba y asocie. Sin embargo, ¿puede encontrarse esa impresión concreta y exacta del “yo”?.
Para explicar la conciencia de identidad Hume recurre a la memoria: la memoria recuerda y enlaza las distintas percepciones que se suceden. El “error” está en confundir sucesión con identidad.
El “yo”, por tanto, no es una sustancia de la que tengamos un conocimiento claro, preciso e inmediato, tal y como defendía Descartes. (Ver crítica a la sustancialidad del “yo” en el tema de Descartes).
3.4. Consecuencias: Fenomenismo y escepticismo
Los resultados inevitables de su análisis del conocimiento, la causalidad y la sustancia son el fenomenismo y el escepticismo.
Sólo conocemos impresiones que son puntuales, atómicas, discontinuas, sucesivas... ese es el elemento último. Esas impresiones aparecen asociadas entre sí, pero no es posible encontrar un fundamento que justifique su enlace y que sea algo distinto de ellas. Únicamente conocemos y somos conscientes de nuestras propias percepciones, pero ni conocemos una realidad exterior que sea distinta de las propias percepciones, ni conocemos al “yo” que debería ser el soporte de esas percepciones. Por consiguiente, la realidad queda reducida a meros fenómenos, es decir, a lo que se me aparece o se me muestra a mí conciencia. (“Fenómeno” es un concepto que significa exactamente “lo que se aparece”, “lo que se me muestra”, es decir, el dato del que soy inmediatamente consciente).
Con respecto al escepticismo de Hume puntualizar lo siguiente: su escepticismo es radical o absoluto cuando se pretende ir más allá de la experiencia, de las impresiones habidas en el pasado o presente para penetrar en realidades no percibidas o buscar primeros principios que no guardan contacto alguno con la experiencia.
Pero su escepticismo se vuelve moderado cuando reconoce la necesidad de ciertas creencias “naturales” para seguir viviendo y actuando. No tenemos certezas racionales absolutas sino creencias vitalmente seguras, pero con esto es suficiente. E igualmente cuando reconoce los límites de nuestro conocimiento y propone una filosofía menos dogmática y más relacionada con la práctica y la vida.
IV/ LA TEORIA ETICA
La ética es otra parte de su filosofía a la que Hume concedió especial importancia. El método que sigue es el mismo: observación e hipótesis explicativas.
Su análisis de la moral es demoledor: se opone a los planteamientos tradicionales sobre la fundamentación de la moral.
Para Hume la razón no es la que determina nuestros juicios o valoraciones morales, tampoco puede motivar o impedir nuestra acción. Ella no puede hacer nada de esto porque su cometido es el conocimiento, la razón conoce las relaciones entre ideas o las cuestiones de hecho. Pero la virtud o el vicio no son ni relaciones ni otros datos reales más que estén presentes en la conducta o en la actitud de alguien, y que se puedan percibir mediante nuestra razón. Aquí hay un elemento nuevo que se “añade” a la acción o la actitud observadas y eso es un sentimiento de aprobación o rechazo, de dolor o placer. Por tanto, para Hume, el fundamento de la moral son los sentimientos y las pasiones. El siguiente texto lo deja claro: “Tomemos una acción reconocida como viciosa: por ejemplo, el asesinato premeditado. Examínesela desde todos los ángulos y véase si es posible encontrar ese hecho o existencia real que se denomina vicio. De cualquier forma que se lo considere sólo se advierten ciertas pasiones, móviles, voliciones. pensamientos. No hay ningún otro hecho en la situación. El vicio se escapa por completo en la medida en que nos limitemos a considerar el objeto. No se lo puede encontrar hasta que se dirige la reflexión al propio interior y se encuentra un sentimiento de desaprobación que surge de uno mismo con respecto a la acción. Nos encontramos aquí con un hecho, pero se trata del objeto del sentimiento, no de la razón, y se encuentra en nosotros mismos y no en el objeto. De esta forma cuando reputáis una acción o un carácter como viciosos, no queréis decir otra cosa sino que dada la constitución de vuestra naturaleza, experimentáis una sensación o sentimiento de censura al contemplarlo” (Hume).
Conocer un hecho o una relación gracias a nuestra razón no es lo mismo que querer o no querer hacer algo, o que valorar algo como “bueno”, “malo”... Hay un salto entre el conocimiento y la acción, o entre el razonamiento y la valoración moral, que la razón, según Hume, no puede dar. Este paso depende enteramente de los sentimientos y pasiones. Por tanto, actuaremos o dejaremos de hacerlo si nos sentimos inclinados a ello, del mismo modo enjuiciaremos algo como “bueno” o “malo” a partir de un sentimiento.
La definición que da Hume de virtud y vicio es la siguiente: “La virtud es cualquier acción mental o cualidad que de al espectador un sentimiento placentero de aprobación; y vicio lo contrario”
El papel que le concede a la razón es más bien secundario: su intervención se reduce a indicarnos cuáles pueden ser los medios más adecuados para conseguir un fin, o ayudarnos en el análisis de las circunstancias que se dan en un hecho moral. Llega a afirmar que “la razón es y debe ser esclava de las pasiones, sin pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerla”.
Pero del hecho de que la moral no dependa de la razón no se sigue que la conducta moral sea arbitraria o irracional. Al contrario, la moral está arraigada en sentimientos, deseos o inclinaciones naturales y comunes a todos los seres humanos.
Los sentimientos morales básicos, según Hume, son los de aprobación o rechazo, simpatía y utilidad.
El sentimiento de simpatía es una tendencia general gracias a la cual podemos sentir, compartir o ponernos en el lugar del otro, de modo que lo que la otra persona pueda hacer o sentir nos afecta y conmueve, por ejemplo el dolor o sufrimiento de otros nos resulta desagradable, su placer y bienestar nos resultan agradables.
Gracias a este sentimiento hay una cierta unanimidad en la manera de sentir y pensar entre los seres humanos en general. Los sentimientos de aprobación o rechazo serían una forma de este sentimiento de simpatía.
Otro sentimiento importante es el de utilidad o beneficio que una acción o una cualidad del carácter puede tener para la colectividad. Tendemos a valorar o aprobar aquellas conductas que no sólo reportan beneficios para uno mismo, sino también para la colectividad.
Otra aportación importante de la reflexión ética de Hume es la denuncia de lo que hoy se conoce como falacia naturalista. Se comete esta falacia cuando se pasa de juicios descriptivos o de hecho a juicios de valor; dicho de otra forma, cuando se pasa del es (juicio de hecho) a lo que debe o no debe ser hecho (juicio moral).
Hume denuncia un fallo muy usual en los sistemas morales. Afirma que estos sistemas comienzan con enunciados de hechos -es o no es- acerca de Dios, lo que los hombres son o hacen. Pero de pronto, y sin que haya justificación alguna, se hacen afirmaciones relativas a lo que se debe hacer o no. Hume estaría atacando a aquellos que legitiman ciertas normas o valoraciones morales en la religión, o bien, en una razón que capta el “orden natural”. Pero ocurre que de proposiciones relativas a lo que los hombres hacen o dejan de hacer no se pueden concluir otras proposiciones que prescriban órdenes o deberes. No se debe confundir el plano de lo natural con el plano de lo moral.
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